Aunque nació en la aristocracia, sus amigos lo llamaban “Saint-Ex”; hace 65 años era el piloto de guerra más viejo del mundo, y era también el narrador de la epopeya de los aviadores que, en los frágiles armatostes del joven siglo XX, se jugaban la vida entre las cumbres andinas y en los desiertos africanos para llevar el correo aéreo. El 31 de julio de 1944 despegó para su última misión y el mundo perdió a uno de sus últimos humanistas.
La obra de Antoine de Saint-Exupéry apenas se conoce en México, por la misma razón que mantiene en el olvido la de Mijail Sholojov y la de Mauricio Magdaleno: en el México de hoy, dominado por los vientos de las modas, estamos lejos de todo, hasta de los autores mexicanos. Del aviador-poeta sólo se consigue “El Principito”, pero casi nadie ha tenido oportunidad de leer “Correo del sur”, “Vuelo nocturno”, “Tierra de hombres”, “Ciudadela”, “Carta a un rehén” y “Piloto de Guerra”.
De Saint-Exupéry se considera como uno de los contados escritores de la acción; en ciertos aspectos de su trabajo, tiene puntos de contacto con otro autor que vivió entre el peligro: el periodista estadounidense John Reed. Y sin embargo, ninguno de ellos buscaba el riesgo, sino la acción, que siempre significaba el encuentro con los otros hombres de la tierra. Reed encontró a los revolucionarios mexicanos, “Saint-Ex”, a sus compañeros pilotos, a los beduinos que combatían a las tropas coloniales francesas, a las mozuelas que habitaban en un paraje remoto de Sudamérica.
Los aeroplanos de aquellos días no podían volar sobre las cumbres y los aviadores tenían que buscar veredas aéreas entre las cúspides andinas. De Saint-Exupéry cuenta como el legendario Mermoz, varado en una montaña, sin pista para el despegue, dejó caer su aparato para que adquiriese el impulso indispensable antes de que se estrellara. Era ese recurso desesperado o aguardar a que el frío terminase con él y con su copiloto. El avión logró elevarse y Mermoz se salvó. Esa vez.
El propio de Saint-Exupéry estuvo a punto de sucumbir en las arenas saharianas, cuando su máquina se estrelló en el territorio hostil. Tras mil penalidades, él y su compañero divisaron a un beduino. ¿Un espejismo? Cuando el jinete del desierto se volvió y su mirada encontró las de los franceses, éstos supieron que no era un espejismo, que estaban salvados.
Todo esto lo narra “Saint-Ex” en “Tierra de hombres”. También relata la historia de Bonnafous, el corsario que con sus correrías obligaba a los beduinos a mantenerse alertas y que, cuando regresó a Francia para disfrutar de su botín, descubrió que había perdido su nobleza; los moros, sus enemigos, lejos de alegrarse por su partida, anhelaban que Bonnafous regresara al desierto, “esta patria de viento y de estrellas”, para reanudar una partida sin la cual, su mundo había perdido uno de sus polos.
En ese libro, de apenas 150 páginas, de Saint-Exupéry recuerda asimismo a Bark, el cautivo que se negaba a convertir las bondades de su amo en alegrías de esclavo, el otrora libre pastor de las tierras áridas que nunca se resignó a su nueva condición.
Y el aviador-poeta evoca también a sus camaradas perdidos, unos en el desierto, otros en las cordilleras nevadas. Expresa que el verdadero pesar llega con el tiempo, cuando se cobra conciencia de que con cada amigo extinto se ha cerrado para siempre la puerta de un jardín secreto.
Esa pérdida definitiva se manifiesta en el enigma con que culmina “El Principito”, en el pesar del piloto por el amigo que, mediante la ayuda de la serpiente, ha emprendido el viaje de retorno a su planetoide, en un intento para reencontrar a la amada que en otro tiempo lo impulsó a partir.
El amor imposible entre un aviador, siempre en trance de trotamundos, y una aristócrata, es la anécdota central de “Correo del sur”; la angustia de la esposa que se preparaba a recibir a su marido piloto, quien de pronto es declarado fuera de contacto, es uno de los dramas de “Vuelo nocturno”: el conflicto entre la dicha doméstica y la acción que destroza esa felicidad, el conflicto interno del jefe de los aviadores, Rivière, quien tiene que mandar a sus hombres a la aventura, sin saber nunca si han de retornar.
La editorial emeritense “Dante” publicó hace ya dos décadas los libros de “Saint-Ex”; ya es muy difícil encontrarlos. Se pierde así la sabiduría de un pensador que entendía a sus semejantes con mucha mayor lucidez que los psicólogos más connotados. Hace 65 años el mundo perdió a su aviador-poeta.
*Profesor de la UNAM, campus FES Acatlán en la carrera de Comunicación y Periodismo. Colaborador de El Sol de México y Forum.
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